EDITORIAL de la Revista SIC – # 813 - abril y mayo 2019
Venezuela en el
ojo del huracán
Estamos viviendo en un mar de incertidumbre. Cualquier
escenario es posible como desenlace en nuestro país. Tenemos que invertir todas
nuestras energías e imaginación en trabajar por una salida pacífica a la
crisis; otro desenlace sería fatal y pasaríamos a la historia como una
generación que no supo afrontar con sabiduría el desafío de poner el bien del
país por encima de los intereses particulares y trincheras ideológicas. El peor
de los escenarios es la guerra fratricida y, más aún, si la misma convierte a
nuestro país, como todo apunta, en un escenario donde las potencias mundiales,
corporaciones internacionales regulares e irregulares dirimen sus intereses
políticos y económicos. Como en toda guerra, las víctimas quedarían en la acera
de la población civil indefensa, que ya en esta emergencia humanitaria compleja
está siendo sacrificada inmisericordemente por este régimen usurpador, que
tiene a Nicolás Maduro, como cara visible, pero bien sabemos que se trata de un
ensamblaje de diversos grupos de poder, con fisuras y desconfianzas cada vez
más evidentes, pero con un alto grado de complicidad y sentido de la
sobrevivencia. Es la cartelización del ejercicio del poder que, en este 2019,
está dando muestras de resquebrajamiento ante la presión internacional y busca
por su lógica, acciones y discursos, llevar al país a un escenario de
intervención para amalgamar sus fuerzas frente al enemigo externo y, con el
mito antimperialista, capitalizar el apoyo de la izquierda internacional. Ese
es el terreno que no hay que pisar pero, lamentablemente, sectores extremos de
la oposición política están agotando todos los medios para que ocurra y hoy,
tristemente, es casi inminente si los que creemos en una solución pacífica no
logramos revertir este desenlace. Queremos insistir que estamos ante una
emergencia humanitaria compleja y si esta se profundiza por la vía de una
confrontación armada transitaríamos hacia una catástrofe humanitaria sin
precedentes en la región. Es compleja porque la misma es consecuencia, no de
una guerra civil, ni de un desastre natural, sino de la aplicación e imposición
de un modelo político-económico; es humanitaria porque atenta contra lo más
básico de nuestra existencia: la vida y, es emergencia porque ha desbordado
nuestras fronteras e impactado a los países de la región que no estaban
preparados para digerir un flujo masivo de personas haciendo colapsar las
instituciones públicas que apenas se bastaban para responder a las necesidades
de sus ciudadanos.
98 SIC 813 / ABRIL-MAYO 2019
EDITORIAL
Uno de los
indicadores que distinguen a una emergencia humanitaria de una crisis
humanitaria es el radio de acción de las mismas; una crisis humanitaria pone en
riesgo la vida de los habitantes de un país dentro de sus propias fronteras, y
la emergencia desborda las fronteras y tiene un impacto regional poniendo en
riesgo la vida de los habitantes de países vecinos. Desde el punto de vista
humanitario, al tratarse de una emergencia, es legítimo que los países de la
región sean corresponsables en la búsqueda de una solución, no solo por
solidaridad con el vecino –que es loable–, sino por su propio interés nacional,
pues el agravamiento de la situación es una amenaza real para la vida de sus
connacionales. Por eso, al tratarse de una emergencia humanitaria compleja, la
responsabilidad de los vecinos no solo es de carácter humanitaria sino
política, pues el foco generador de la crisis es de carácter político. En este
sentido, la búsqueda de una salida pacífica a este colapso sistémico venezolano
incumbe políticamente a toda la región que está siendo afectada dado el flujo
masivo de migrantes, portadores de virtudes pero también, con dolor lo
reconocemos, de insalubridad. Es la hora de la corresponsabilidad regional.
Alertamos que cualquier otra solución nos introduciría en una catástrofe
humanitaria que afectaría gravemente la vida, salubridad, estabilidad y
gobernabilidad de toda la región latinoamericana, especialmente el sur. Sin
embargo, vemos con suma preocupación el hecho de que nos encontremos hoy en el
ojo del huracán de un conflicto global donde nuestro destino está siendo
decidido por las potencias mundiales Rusia, China y Estados Unidos. Nos
preocupa más aún que cada actor nacional en esta polarización interna vea
representados y protegidos sus intereses y proyectos en estos tutores
internacionales, señal de que la sociedad civil venezolana organizada, incluso
sectores políticos moderados, son un cero a la izquierda, sin voz ni voto y,
más aún, la población civil que está muriendo cada día de hambre y enfermedades
y se mantiene en una lucha por la sobrevivencia no está en el centro, no les
importa a los grandes decisores. Creemos que el grupo de contacto de Europa, y
especialmente los países nórdicos, junto con el Vaticano, avezados en dirimir
conflictos de esta naturaleza, deben jugar un papel importante en la búsqueda
de una solución pacífica a la crisis que pensamos pasa por la formación de un
gobierno de transición y concertación que tome las medidas necesarias para
detener la hiperinflación, reactivar la producción, rehabilitar el sistema
eléctrico y de agua potable, atender la emergencia humanitaria y organizar, con
observadores nacionales e internacionales, unas elecciones libres y
competitivas. Sabemos que no será fácil para Rusia y Estados Unidos dejar el
protagonismo en el escena
rio venezolano. Ambos tienen grandes intereses. Para Estados
Unidos, Venezuela en manos del régimen de Maduro representa una amenaza real
para la seguridad hemisférica por el supuesto anclaje del terrorismo
internacional, especialmente de Hezbolá; para Rusia, su presencia en Venezuela
representa la ocupación de un espacio geoestratégico de vital importancia y una
carta de negociación clave para forzar a Estados Unidos a salir de Ucrania. En
el fondo, tenemos que estar claros, lo que menos les importa a Rusia y a
Estados Unidos es el destino de los venezolanos y la restitución de la
democracia en el país; lo que realmente está en juego para ambos son los
espacios de ocupación geoestratégicos. Algo así como: Venezuela es a Rusia lo
que Ucrania es a Estados Unidos. En los hechos del 30 de abril y primero de
mayo, con saldos lamentables en vidas humanas, según el Observatorio Venezolano
de Conflictividad Social (ovcs) se contabilizaron cuatro fallecidos y 234
personas heridas en manifestaciones por la brutal represión del régimen; se vio
claramente a un gran sector de la oposición política desinformado del adelanto
de la llamada “operación libertad”. Se evidenció que la Casa Blanca cada vez
más asume el protagonismo de la agenda opositora, junto con Voluntad Popular,
el partido de Leopoldo López y Juan Guaidó. El régimen como nunca mostró sus
contradicciones internas al evidenciarse las negociaciones secretas de sectores
de las Fuerzas Armadas y del tsj con el gobierno de Estados Unidos para,
supuestamente, adelantar un gobierno de transición. Tal negociación no fue
exitosa; fracasó, pero con consecuencias impredecibles en el desenlace. Hay
muchas cajas negras. El blackout informativo es absoluto. La incertidumbre es
madre. Estamos en el ojo del huracán. En medio de este complejo escenario no
podemos resignarnos a dejar nuestro destino en manos de actores que no
representan los intereses reales de nuestro país. Los esfuerzos organizativos
de la sociedad opositora con alianzas estratégicas desmarcadas de estos
intereses geopolíticos de Rusia y Estados Unidos, y con capacidad de mediación
nacional e internacional son fundamentales para procurar una salida política a
la crisis y evitar la guerra. Como Iglesia tenemos que apostar a una solución
pacífica en la que los venezolanos de a pie, y como cuerpo social, salgamos
fortalecidos como sujeto, convencidos de las palabras de nuestro Señor Jesús
que nos dice: “Saben que los jefes de las naciones las oprimen y tiranizan, no
sea así entre Ustedes, antes bien, el que quiera ser el primero que se haga
servidor” (Mt 20,25-26). “Yo he venido para que tengan vida y vida en
abundancia”. Apostamos a la paz con dignidad, no a la paz del sepulcro: “por
qué buscas entre los muertos al que está vivo” (Lc 24,5). Apostamos por nuestra
resurrección.
ABRIL-MAYO 2019