martes, 18 de junio de 2019

Editorial de Sic abril y mayo - 2019


EDITORIAL de la Revista SIC – # 813 - abril y mayo 2019
Venezuela  en el ojo  del huracán
Estamos viviendo en un mar de incertidumbre. Cualquier escenario es posible como desenlace en nuestro país. Tenemos que invertir todas nuestras energías e imaginación en trabajar por una salida pacífica a la crisis; otro desenlace sería fatal y pasaríamos a la historia como una generación que no supo afrontar con sabiduría el desafío de poner el bien del país por encima de los intereses particulares y trincheras ideológicas. El peor de los escenarios es la guerra fratricida y, más aún, si la misma convierte a nuestro país, como todo apunta, en un escenario donde las potencias mundiales, corporaciones internacionales regulares e irregulares dirimen sus intereses políticos y económicos. Como en toda guerra, las víctimas quedarían en la acera de la población civil indefensa, que ya en esta emergencia humanitaria compleja está siendo sacrificada inmisericordemente por este régimen usurpador, que tiene a Nicolás Maduro, como cara visible, pero bien sabemos que se trata de un ensamblaje de diversos grupos de poder, con fisuras y desconfianzas cada vez más evidentes, pero con un alto grado de complicidad y sentido de la sobrevivencia. Es la cartelización del ejercicio del poder que, en este 2019, está dando muestras de resquebrajamiento ante la presión internacional y busca por su lógica, acciones y discursos, llevar al país a un escenario de intervención para amalgamar sus fuerzas frente al enemigo externo y, con el mito antimperialista, capitalizar el apoyo de la izquierda internacional. Ese es el terreno que no hay que pisar pero, lamentablemente, sectores extremos de la oposición política están agotando todos los medios para que ocurra y hoy, tristemente, es casi inminente si los que creemos en una solución pacífica no logramos revertir este desenlace. Queremos insistir que estamos ante una emergencia humanitaria compleja y si esta se profundiza por la vía de una confrontación armada transitaríamos hacia una catástrofe humanitaria sin precedentes en la región. Es compleja porque la misma es consecuencia, no de una guerra civil, ni de un desastre natural, sino de la aplicación e imposición de un modelo político-económico; es humanitaria porque atenta contra lo más básico de nuestra existencia: la vida y, es emergencia porque ha desbordado nuestras fronteras e impactado a los países de la región que no estaban preparados para digerir un flujo masivo de personas haciendo colapsar las instituciones públicas que apenas se bastaban para responder a las necesidades de sus ciudadanos.
98 SIC 813 / ABRIL-MAYO 2019
EDITORIAL
 Uno de los indicadores que distinguen a una emergencia humanitaria de una crisis humanitaria es el radio de acción de las mismas; una crisis humanitaria pone en riesgo la vida de los habitantes de un país dentro de sus propias fronteras, y la emergencia desborda las fronteras y tiene un impacto regional poniendo en riesgo la vida de los habitantes de países vecinos. Desde el punto de vista humanitario, al tratarse de una emergencia, es legítimo que los países de la región sean corresponsables en la búsqueda de una solución, no solo por solidaridad con el vecino –que es loable–, sino por su propio interés nacional, pues el agravamiento de la situación es una amenaza real para la vida de sus connacionales. Por eso, al tratarse de una emergencia humanitaria compleja, la responsabilidad de los vecinos no solo es de carácter humanitaria sino política, pues el foco generador de la crisis es de carácter político. En este sentido, la búsqueda de una salida pacífica a este colapso sistémico venezolano incumbe políticamente a toda la región que está siendo afectada dado el flujo masivo de migrantes, portadores de virtudes pero también, con dolor lo reconocemos, de insalubridad. Es la hora de la corresponsabilidad regional. Alertamos que cualquier otra solución nos introduciría en una catástrofe humanitaria que afectaría gravemente la vida, salubridad, estabilidad y gobernabilidad de toda la región latinoamericana, especialmente el sur. Sin embargo, vemos con suma preocupación el hecho de que nos encontremos hoy en el ojo del huracán de un conflicto global donde nuestro destino está siendo decidido por las potencias mundiales Rusia, China y Estados Unidos. Nos preocupa más aún que cada actor nacional en esta polarización interna vea representados y protegidos sus intereses y proyectos en estos tutores internacionales, señal de que la sociedad civil venezolana organizada, incluso sectores políticos moderados, son un cero a la izquierda, sin voz ni voto y, más aún, la población civil que está muriendo cada día de hambre y enfermedades y se mantiene en una lucha por la sobrevivencia no está en el centro, no les importa a los grandes decisores. Creemos que el grupo de contacto de Europa, y especialmente los países nórdicos, junto con el Vaticano, avezados en dirimir conflictos de esta naturaleza, deben jugar un papel importante en la búsqueda de una solución pacífica a la crisis que pensamos pasa por la formación de un gobierno de transición y concertación que tome las medidas necesarias para detener la hiperinflación, reactivar la producción, rehabilitar el sistema eléctrico y de agua potable, atender la emergencia humanitaria y organizar, con observadores nacionales e internacionales, unas elecciones libres y competitivas. Sabemos que no será fácil para Rusia y Estados Unidos dejar el protagonismo en el escena
rio venezolano. Ambos tienen grandes intereses. Para Estados Unidos, Venezuela en manos del régimen de Maduro representa una amenaza real para la seguridad hemisférica por el supuesto anclaje del terrorismo internacional, especialmente de Hezbolá; para Rusia, su presencia en Venezuela representa la ocupación de un espacio geoestratégico de vital importancia y una carta de negociación clave para forzar a Estados Unidos a salir de Ucrania. En el fondo, tenemos que estar claros, lo que menos les importa a Rusia y a Estados Unidos es el destino de los venezolanos y la restitución de la democracia en el país; lo que realmente está en juego para ambos son los espacios de ocupación geoestratégicos. Algo así como: Venezuela es a Rusia lo que Ucrania es a Estados Unidos. En los hechos del 30 de abril y primero de mayo, con saldos lamentables en vidas humanas, según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (ovcs) se contabilizaron cuatro fallecidos y 234 personas heridas en manifestaciones por la brutal represión del régimen; se vio claramente a un gran sector de la oposición política desinformado del adelanto de la llamada “operación libertad”. Se evidenció que la Casa Blanca cada vez más asume el protagonismo de la agenda opositora, junto con Voluntad Popular, el partido de Leopoldo López y Juan Guaidó. El régimen como nunca mostró sus contradicciones internas al evidenciarse las negociaciones secretas de sectores de las Fuerzas Armadas y del tsj con el gobierno de Estados Unidos para, supuestamente, adelantar un gobierno de transición. Tal negociación no fue exitosa; fracasó, pero con consecuencias impredecibles en el desenlace. Hay muchas cajas negras. El blackout informativo es absoluto. La incertidumbre es madre. Estamos en el ojo del huracán. En medio de este complejo escenario no podemos resignarnos a dejar nuestro destino en manos de actores que no representan los intereses reales de nuestro país. Los esfuerzos organizativos de la sociedad opositora con alianzas estratégicas desmarcadas de estos intereses geopolíticos de Rusia y Estados Unidos, y con capacidad de mediación nacional e internacional son fundamentales para procurar una salida política a la crisis y evitar la guerra. Como Iglesia tenemos que apostar a una solución pacífica en la que los venezolanos de a pie, y como cuerpo social, salgamos fortalecidos como sujeto, convencidos de las palabras de nuestro Señor Jesús que nos dice: “Saben que los jefes de las naciones las oprimen y tiranizan, no sea así entre Ustedes, antes bien, el que quiera ser el primero que se haga servidor” (Mt 20,25-26). “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia”. Apostamos a la paz con dignidad, no a la paz del sepulcro: “por qué buscas entre los muertos al que está vivo” (Lc 24,5). Apostamos por nuestra resurrección.
 ABRIL-MAYO 2019

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